martes, enero 20, 2015

Dónde aprendimos a leer


I wrote this book and learn to read. 
-William Faulkner, Introducción a The sound and the fury

Ricardo Piglia citó la frase de Faulkner para cerrar su libro de ensayos titulado Formas breves y parafraseó sus palabras para afirmar que escribir ficción le ayudó a leer mejor a sus maestros (los escritores argentinos Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges, principalmente). A su vez, Faulkner, en el texto citado, dijo que aprendió a leer y jamás tuvo necesidad de descubrir cosas nuevas, todo lo que había que aprender estaba en Flaubert, en Dostoievski y en James. No intento ponerme a la altura de dos escritores excelentes como Piglia y Faulkner, pero coincido  con ellos en que escribir permite valorar a un texto desde una perspectiva más completa –el objetivo, se entiende, es escribir con claridad, o mejor, con responsabilidad.
(Vía)
Como generación, acaso tengamos dos raíces en materia de lecturas: los libros de lectura de la SEP y las revistas musicales –supongo que no todos tuvimos la oportunidad de tener libros ni preocuparnos por los clásicos de la literatura universal en nuestra infancia. En primer lugar, la experiencia de los libros de lectura fue importante para haber visto, por primera vez al menos, nombres como Rulfo, Arreola, Cortázar, Ibargüengoitia o Gorostiza y relacionar al español con la belleza. En cambio, las revistas musicales no sólo representaban una relación más intensa porque nos hablaban de lo que nos entusiasmaba en el presente y adelantaban lo que podría interesarnos en el futuro, sino que además nos hablaban en un lenguaje algo más sofisticado que el nuestro, pero comprensible; en resumen, eran un lugar para consultar, aprender y portar con orgullo un signo de identidad. No deseo dar nombres de publicaciones o articulistas porque cada quien tendrá sus favoritos.

Pero me refiero a una época que terminó. El momento actual permite lo opuesto, pues ensayar la estética de nuestra lengua, recomendar opciones musicales (o de cine, literatura, arte, televisión, etc.) y publicarlo puede ser realizado por quienquiera, ahora las plataformas son numerosas. Aunque la atención se diluye (no se puede abarcar todo y no todos tenemos puntos de vista interesantes) el riesgo de escribir vale la pena, tan sólo para medir cuánto sabemos, de qué manera lo sabemos y cómo hacemos para expresarlo. También para conocer a quién le interesa nuestro mensaje –pueden ser varias personas, o nadie, o yo mismo en el futuro.


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