martes, octubre 14, 2014

Para salir del túnel

Bob Seelig, 6th Ave subway tunnel under construction, NYC, 1939.

El tema del siguiente texto excede mis posibilidades y podrían escribirse obras completas en torno a los problemas de México, pero eso tampoco sería benéfico porque no se trata de tener una biblioteca del diagnóstico de las problemáticas, sino de resolverlas. Resulta que el país está sumergido en una serie incontable de dificultades que se desdoblan dramáticamente y se encadenan de manera grave; pondré un ejemplo abstracto: un joven que quiso entrar a la universidad pero fue rechazado sólo encuentra espacio en la economía informal para ganar dinero, pero ocurre que la economía informal no declara impuestos ni aporta a Hacienda por lo que ese vacío creado por la informalidad se traduce en menor inversión interna. Del mismo modo, cada problema social, político o económico se desenvuelve de manera que complica su solución: la falta de valores genera deterioro en la sociedad; las soluciones a corto plazo de los gobernantes, crean conflictos que más tarde son demasiado complicados, los partidos políticos como los conocemos generan desconfianza y falta de representatividad, sin educación existe la inconciencia, la ignorancia, la indiferencia ante lo que nos afecta. Todo forma parte de un problema mayor.
Por esto no es recomendable quedarse únicamente con la información de los periódicos o de los noticieros, ya que estos captan los acontecimientos y los aíslan como unidades independientes. Caso cercano es la consigna “Ni perdón ni olvido” que aparece en cada manifestación, pocas veces profundiza en la naturaleza del agravio y casi nunca se realiza –es decir, el suceso queda impune y se olvida. Surge la pregunta ¿Qué es más urgente: indagar sobre los hechos del pasado o tratar de evitar otros semejantes en el futuro? Sólo hay que hacer un esfuerzo en la memoria para reconocer que, en cada estado ha sucedido por lo menos algún acontecimiento lamentable. Sería una avance conectarlos o revisar sus semejanzas para detectar el problema y proyectar su solución. Evidentemente mis palabras aquí valen muy poco y no pasan de ser buenas intenciones en el mejor de los casos. La respuesta no tiene por qué ser única –pero es necesario que sea resuelta, si no siguen siendo palabras y discursos irrelevantes; habrá quien diga que primero hay que frenar la violencia, otros que la educación es la preocupación principal, otros más, que los problemas económicos son los más apremiantes. La respuesta no necesariamente debe ser compleja: no es complicado asumir cada quien su responsabilidad y es más sencillo hacer las cosas correctamente.
 
(X)

Es necesario que termine la mentira, porque ésta oculta la corrupción y también es un freno para el desarrollo pues si no se reconoce que los problemas son verdaderos, no podrán solucionarse.

La mentira opera en todos los niveles, desde el individuo que porta la máscara de alcalde pero sirve a intereses perversos, hasta el grupo de personas que aprueban reformas con beneficios para muy pocos con el falso discurso de que todo el país será favorecido. Evidentemente, a nadie le gusta que le digan mentiras porque es una traición y es una forma de hacer menos al otro.

La situación más tragicómica es el engaño vuelto celebración: la enorme cantidad de “acarreados” para dar el grito en el Zócalo, el 15 de septiembre.

¿Quién es el enemigo?

Los policías y los militares disparan y desaparecen a civiles; los distintos niveles de gobierno han ordenado la represión y el silencio; los criminales se han enemistado con los sectores anteriores o, en el peor de los casos, se han infiltrado para formar parte de ellos. Lo común de esto es que todos quieren demostrar que tienen poder. La pregunta ante esto es ¿qué les garantiza esa sensación de poder?

Es preocupante considerar al de otro partido como un enemigo, si es que alguien es simpatizante o militante de un partido distinto; en el fondo, todos los políticos sirven a sus propios intereses -que no siempre son los mismos que los de los ciudadanos- independientemente de su tendencia o de su color.

Pero es una falacia insultar, golpear y herir a un político que está en las calles junto a los ciudadanos porque, aparte de ser un acto cobarde, cae en un modo muy inmaduro de querer solucionar los problemas.

El que nos perjudica (no importa si es un político, un criminal, un policía, un comunicador u otro ciudadano más) no es nuestro enemigo, sino nuestro semejante, pues también siente dolor y placer, también tiene memoria. La forma de contrarrestar su ira no es la violencia en su contra, solución torpe porque es a corto plazo, sino criticar sus conductas y hacer conciencia de que tratar de pasar por encima de otros es un daño y una causa de dolor a sus semejantes.

El poder daña a quien lo posee y a la vez lo orilla a ambiciones ridículas.

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