miércoles, marzo 18, 2015

Confrontación


Existe una enorme distancia entre el diálogo, la crítica y la descalificación. Son preferibles las primeras dos actividades, pues la última denota impaciencia y superioridad ante el interlocutor. El diálogo, pero sobre todo la crítica, deben darse en un completo respeto (entendido esto como respetar a la persona que está enfrente y también al lenguaje que se emplea para la conversación). La calidad de un debate disminuye cuando se emplean términos vulgares o vacíos –actualmente el caso más lamentable es el de la palabra “chairo”. La situación presente, desbordada en información y excesiva en cuanto a reacciones acaloradas, necesita prudencia para su solución. Desde hace algunos meses me he preguntado quién es el enemigo y por qué necesitamos verter tanto odio en nuestras expresiones cotidianas; soy consciente de que la mayoría de los políticos, periodistas y otros personajes públicos cometen errores a diario, pero pienso que denigrarlos, insultarlos o confrontarlos (desde el cómodo anonimato de internet) tampoco sirve para arreglar nada. 
Me pregunto si esos problemas que aparecen diariamente en los medios de comunicación son, estrictamente hablando, nuestros. Sería interesante analizar con más detenimiento y desde distintas perspectivas el modo en que reaccionamos como sociedad ante los estímulos o, si se quiere llamarlas así, las provocaciones de distintos discursos, y procesar del mismo modo con quienes coincidimos que a quienes criticamos. La coyuntura mediática más reciente me sirve para explicar lo anterior: después del conflicto entre Carmen Aristegui y la empresa MVS a raíz de un asunto concerniente a la plataforma Méxicoleaks, surgieron voces para acudir en defensa de la periodista y su equipo; el domingo en la noche ella fue despedida a pesar de todas las muestras de apoyo. Durante las últimas dos semanas he visto pronunciamientos, peticiones y junta de firmas en una página de internet, hashtags que agrupan los mensajes en defensa de Aristegui y una manifestación frente a las instalaciones de dicha empresa. Lo curioso, desde mi punto de vista, es que el tono general trata de ver a Aristegui como una víctima de la censura del gobierno –esto último es cierto, en parte. Pero no olvidemos que la información también es poder; en una interesante entrevista publicada en la edición de este mes de la revista Gatopardo se le denomina una mujer “sin miedo al poder”, aunque tratándose de una periodista con un alto nivel de audiencia y difusión es comprensible que lo posea en cierta medida –sin llegar a ejercer con él decisiones marcadas por la precipitación ni abusar de su fuerza (como actúa el gobierno federal). Pero también existe una considerable distancia entre admitir la confrontación entre dos maneras de entender el poder y hacer afirmaciones efectistas, pero falsas, como la de “Todos somos Carmen”. Esto lo afirmo con el conocimiento de que carezco absolutamente de poder pero reconozco que para analizar históricamente este tema, es necesario notar que esta confrontación se ha desarrollado en un contexto que no debe perderse de vista, el de las elecciones.
Tomado de la cuenta de twitter de Jenaro Villamil

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