Existe una enorme distancia entre el diálogo, la crítica y
la descalificación. Son preferibles las primeras dos actividades, pues la
última denota impaciencia y superioridad ante el interlocutor. El diálogo, pero
sobre todo la crítica, deben darse en un completo respeto (entendido esto como
respetar a la persona que está enfrente y también al lenguaje que se emplea
para la conversación). La calidad de un debate disminuye cuando se emplean
términos vulgares o vacíos –actualmente el caso más lamentable es el de la
palabra “chairo”. La situación presente, desbordada en información y excesiva
en cuanto a reacciones acaloradas, necesita prudencia para su solución. Desde hace
algunos meses me he preguntado quién es el enemigo y por qué necesitamos verter
tanto odio en nuestras expresiones cotidianas; soy consciente de que la mayoría
de los políticos, periodistas y otros personajes públicos cometen errores a
diario, pero pienso que denigrarlos, insultarlos o confrontarlos (desde el
cómodo anonimato de internet) tampoco sirve para arreglar nada.
Me pregunto si esos problemas que aparecen diariamente en
los medios de comunicación son, estrictamente hablando, nuestros. Sería interesante analizar con más detenimiento y desde
distintas perspectivas el modo en que reaccionamos como sociedad ante los
estímulos o, si se quiere llamarlas así, las provocaciones de distintos
discursos, y procesar del mismo modo con quienes coincidimos que a quienes
criticamos. La coyuntura mediática más reciente me sirve para explicar lo
anterior: después del conflicto entre Carmen Aristegui y la empresa MVS a raíz
de un asunto concerniente a la plataforma Méxicoleaks, surgieron voces para
acudir en defensa de la periodista y su equipo; el domingo en la noche ella fue
despedida a pesar de todas las muestras de apoyo. Durante las últimas dos
semanas he visto pronunciamientos, peticiones y junta de firmas en una página
de internet, hashtags que agrupan los
mensajes en defensa de Aristegui y una manifestación frente a las instalaciones
de dicha empresa. Lo curioso, desde mi punto de vista, es que el tono general trata de ver a Aristegui como una víctima de la censura del gobierno –esto último
es cierto, en parte. Pero no olvidemos que la información también es poder; en
una interesante entrevista publicada en la edición de este mes de la revista Gatopardo se le denomina una mujer “sin miedo al poder”, aunque tratándose de
una periodista con un alto nivel de audiencia y difusión es comprensible que lo
posea en cierta medida –sin llegar a ejercer con él decisiones marcadas por la
precipitación ni abusar de su fuerza (como actúa el gobierno federal). Pero también
existe una considerable distancia entre admitir la confrontación entre dos
maneras de entender el poder y hacer afirmaciones efectistas, pero falsas, como
la de “Todos somos Carmen”. Esto lo afirmo con el conocimiento de que carezco
absolutamente de poder pero reconozco que para analizar históricamente este
tema, es necesario notar que esta confrontación se ha desarrollado en un
contexto que no debe perderse de vista, el de las elecciones.
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Tomado de la cuenta de twitter de Jenaro Villamil |
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