Las reflexiones del presente texto fueron motivadas por mi
lectura de la brillante crónica de Héctor de Mauleón sobre el origen de la
radiodifusión en México, titulada “La hora de la radio” (se encuentra en el
libro con el nietzcheano título de El
derrumbe de los ídolos, editado por Cal y arena) y donde el contraste con
la actualidad es muy evidente, porque en este momento escuchar música es tan
cotidiano que obtenerla no representa ningún tipo de obstáculos. Internet ha
propiciado esa facilidad al libre acceso de buena parte de las expresiones
musicales: entre Spotify y Youtube materializan el sueño de adolescencias del
pasado, es decir, disponer de una buena cantidad de canciones y álbumes sin invertir
cantidades enormes de dinero, o también viajar musicalmente hacia el pasado o
hacia otros sitios desde una aplicación; Spotify es especialmente interesante
porque permite descubrir los múltiples órdenes musicales, los finos enlaces que
relacionan a una canción con otra, la originalidad de cada usuario demostrada
en sus playlists.
Todo progreso tiene
consecuencias adversas. La multiplicación de opciones auditivas no cesa con el
par de aplicaciones/sitios citados arriba; existe una incontable cantidad de
podcasts, existen la radio por internet y los programas de radio grabados que
se guardan en otras páginas, existen opciones como Soundcloud o Last.fm, así
como los blogs especializados y otra enorme suma de material para descargar;
quienquiera que posee un celular tiene acceso, por lo menos, a toda la gama de
estaciones de radio de la ciudad, más una capacidad de memoria para guardar
música u otros audios en formatos comprimidos. Frente al radio como un fenómeno
social desde su origen hasta hace unos cuantos años, se tiene ahora la
generalización de las individualidades. Tanta variedad y especialización a la
postre no le importa a nadie, pues todo mundo parece ser un especialista en
algo distinto. Esto repercute en la valoración de la
música; ya no existen los clásicos porque todo es novedad por un instante, todo
pasa rápidamente, la trascendencia no es efectiva sino virtual.
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