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Su única
obra, de índole metafísica, se perdió junto a otras de igual valor en
Alejandría.
Los herederos
del poeta juzgaron prescindibles sus cartas, que se perdieron gradualmente
conforme pasó el tiempo y con ellas, el registro de sus emociones ante sus
amistades.
Ella le
pidió prestada su libreta de tapas de cuero, donde él vaciaba sus ideas, pero
creció una distancia entre ellos y nunca devolvió su libreta, nada se pudo
recuperar, aunque su contenido no tenía demasiada importancia.
Su artículo
no fue rechazado, pero no alcanzó a publicarse porque el mismo día que lo envió
ocurrió algo demasiado importante y ya no hubo espacio en el periódico. En los
días siguientes el único tema de discusión fue ese hecho importante y el tema
de ese artículo perdió relevancia inmediatamente.
Preparó con
cariño y con esmero su primera novela, que dio a leer a varios de sus amigos y
consultó con algunos editores; todos le encontraron algún defecto y jamás fue
publicada. La guardó en el mueble más deteriorado de su casa y no volvió a
escribir otra vez.
La carpeta
de documentos tenía el título de “Cartas para mis hijas” (ellas lo supieron
porque lo había escrito con tinta en el rótulo de papel), una serie de mensajes
escritos en documentos de Word con algunos recuerdos de juventud y lo que ella
consideraba lecciones para sus vidas adultas, aunque sólo las respaldó en un
diskette 3½ por ser el único medio que conocía pero después se
estropeó el CPU y esa tecnología se volvió obsoleta. Aunque había modo de
recuperar los mensajes, a ellas siempre les faltó tiempo y verdadera convicción
para hacerlo; se conformaron con comprender la intención, pero no el contenido.
Anotó un número telefónico y un nombre en la orilla de un periódico,
pero lo olvidó en algún lugar y no pudo realizar esa comunicación. Tiempo después
reaparecieron esas señas, pero habían dejado de ser útiles.
Pensó en lo más lindo que se le ocurrió, de algún modo tenía que
vencer la timidez; pero eligió enviarlo como mensaje a su teléfono y nada serio
u honestamente bello puede alojarse ahí. No recibió respuesta y en persona ella
sólo le dirigió una sonrisa.
Una o dos horas fueron suficientes para pensar en algunos casos de
olvido u omisión de textos en el pasado. Seguramente cientos de personas se han
preocupado por lo mismo por lo menos una vez y, al mismo tiempo, no es un tema
de verdadero interés; el desarrollo
era torpe y poco claro, es comprensible que a casi nadie le interesara.
Todos ellos escribieron para que su existencia no se borrara de la
historia, pero algo falló, el autor, el soporte o el destinatario.
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